La Prehistoria de Babia


No hay especiales rasgos a destacar de la etapa prerromana, que individualice la comarca de Babia del resto de las zonas del sur de la cordillera cantábrica. Sin embargo, sí se debe destacar que la Revolución Neolítica empezaría a transformar lentamente las formas de vida en la montaña de Babia, introduciendo a partir del año 6.000 a.C. la agricultura y el poblamiento sedentario. De todas formas, es más probable que la orografía impusiera que el desarrollo se diera antes en la ganadería que en la agricultura. De esta época se han encontrado en Quintanilla de Babia elementos característicos como el hacha de piedra pulimentada, conocida como “piedra del rayo”. Al final de esta etapa también han localizado los arqueólogos en Babia una serie de estructuras tumulares. De la siguiente, el Calcolítico, también han quedado testimonios del poblamiento en la zona de Babia: en concreto, se han encontrado numerosas hachas planas de cobre en la misma zona de Quintanilla de Babia, lo que permite suponer que existieron minas de cobre en la zona. El hecho de que las hachas hayan aparecido aisladas de todo contexto arqueológico, ha hecho pensar a los estudiosos que estos objetos de metal eran ocultados por su valor económico, o bien eran utilizados con fines rituales (al modo que posteriormente, en la Edad Media, se arrojaban las espadas al agua, como en las leyendas artúricas). La economía de la zona en estas fases de la Historia se basaba en la ganadería y en la caza, que se presume abundante.

La Edad del Bronce debió aportar a la economía de la montaña babiana el comienzo de una rudimentaria economía itinerante y el inicio de la trashumancia o, al menos, de cierta transterminancia, actividad tan importante para esta comarca a lo largo de toda la historia hasta nuestros días. De esta etapa se han encontrado restos aislados de objetos metálicos como hachas de talón (San Emiliano), y dos hoces de bronce halladas en Torre de Babia. El paralelismo de estas herramientas con los de la Europa atlántica permite suponer que existió una importante relación comercial y cultural con dicho mundo atlántico. Aunque los restos arqueológicos encontrados en la Montaña leonesa —y en la babiana, por tanto— son muy escasos, la existencia de algún objeto que carácter religioso en los valles limítrofes (como el conocido como Ídolo de Rodicol) permite suponer que también fuesen empleados por los pobladores de Babia en la Edad del Bronce.

El paso a la Edad del Hierro se debió producir de forma gradual porque, por los restos encontrados, se siguió utilizando el bronce en épocas teóricamente posteriores. Un ejemplo se encuentra en las dos hoces de bronce encontradas en Torre de Babia, que se corresponden a un molde similar al descubierto en el Castro de Santiago de la Valduerna, lo que indica que existía intercambio comercial entre la zona de la montaña y los llanos de la provincia de León. También es de bronce el conjunto de orfebrería hallado en La Majúa, que por su análisis tipológico corresponde a los primeros momentos de la Edad del Hierro. Está compuesto por broches y brazaletes ovales y acorazonados y es de gran valor arqueológico.

Debe destacarse de esta etapa lo que se ha denominado la Cultura Castreña del Noroeste, que es dominante en Galicia, Asturias y alcanza a las montañas de León. Los castros van a ser los asentamientos de la población, situados en zonas altas, buscando una mejor defensa y cerca de cursos de agua. No se han encontrado restos de la actividad agraria de esta época, por lo que habrá que deducir que la economía seguiría estando basada en la ganadería y en la caza. Como ha señalado J. A. Gutiérrez, uno de los aspectos más destacado de los castros lo constituye su estructura defensiva; así, en Torrestío hay un castro con fosos excavados en el terreno. Es en la zona de Babia y Luna donde se encuentran más asentamientos castreños de la montaña leonesa. En concreto, en Babia, podemos citar los siguientes: el Pico del Castro en Torrestío, en una posición que domina el río y las vías de comunicación hacia el norte; el Castro Lutarieto o Lutar de Pepe, en Torrebarrio, donde han aparecido restos de enterramientos; el Castro de la Majúa, donde apareció el conjunto de orfebrería al que ya se ha hecho referencia; el Otero de la Fontanina, en Riolago, situado al lado del camino más antiguo del valle y de una fuente, está en una posición muy favorable, pues tiene contacto visual con el Castro de Huergas de Babia —en el Otero de San Miguel, con un recinto defensivo complejo y restos de viviendas— y con el de Peña Sulcastro de Cospedal. Resta por mencionar otro importante en la Peña Sulcastro, en Quintanilla de Babia, donde han aparecido varios objetos de bronce. Se puede comprobar, por tanto, que Babia ya contaba con población asentada en algunos de los núcleos que aún permanecen, por lo que se puede suponer que aunque de manera incipiente, el territorio empezó a ser ocupado de forma estable muy tempranamente, al menos desde la segunda Edad del Hierro. La base económica de estas poblaciones descansaría sobre las actividades agropecuarias, pues sus emplazamientos se sitúan próximos a los cursos de agua y desde ellos se divisan las tierras que podían ser cultivadas en las vegas de ríos y arroyos. Los castros están separados por distancias desiguales, en muchos casos, considerables, lo que da a entender que se iban situando a lo largo de las vegas sin pretender una ocupación global del territorio y sin que haya indicios para presumir que existiera una jerarquización entre los asentamientos, pues todos presentan similares características. Si bien no hay muchos datos para poder dar detalles sobre las actividades agrícolas y ganaderas que se podían desarrollar, con carácter general se puede afirmar que la importancia de una y otra variaría en función del entorno inmediato. La cabaña ganadera estaría compuesta por los mismos animales que actualmente, aunque se debe tener en cuenta que los burros, gallinas y gatos sólo se generalizan con la romanización, a pesar de que en otras partes de la península se documentan con anterioridad. Serían pues, caballos, vacas, ovejas, cabras, cerdos y perros los animales domésticos por excelencia, destacando las ovejas y cabras, por la proporción de huesos que se hallan.

En relación con los cultivos, se basarían en el trigo, cebada y habas, pudiendo esta última leguminosa permitir la rotación con los otros dos cereales al tener propiedades nitrogenantes. Además de estas actividades, también se desarrollaron otras como la fundición de metales, la alfarería o el tejido. Por lo que respecta al uso del territorio y al impacto sobre el medio, se puede asegurar sin temor a equivocarnos que éste fue muy reducido, siendo muy abundantes las zonas boscosas y los animales salvajes que ellas habitaban. La presencia de restos de estos animales en los yacimientos encontrados indica que eran objeto de frecuente caza no sólo como aporte para alimentación, sino como entrenamiento para la guerra y defensa.

No obstante, el proceso de deforestación se inicia en estas etapas, y va aumentando progresivamente, a medida que se incrementa la necesidad de carbón vegetal para la forja del hierro y de nuevas tierras.

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