«Grandes y chicos han jugado con mi nombre, lector desconocido. Tú mismo habrás intervenido, sin duda, en el juego, y más con despectiva intención que con reconocido aprecio. Como aro infantil se me ha tratado para rodar por todos los caminos de la tierra, y, cualquiera que lo haya empujado, no ha sabido dar el impulso verdadero. Mas no estoy quejosa, lector: a todas partes llegué».
Estas palabras dan inicio al libro “Estampas de Babia” que Guzmán Álvarez dio a una imprenta de Madrid en 1951, libro que condensa todo el amor y el conocimiento que este polifacético babiano tuvo por sus montañas y su gente. Contiene una serie de relatos en los que supo plasmar algo más que el sentir y el decir de una comarca que nunca volverá a ser la que él vivió. Guzmán fue más que un académico, más que un lingüista. El cariño por su tierra le llevó a inmortalizar lo que siempre ha sido más efímero: la voz, el acento, la entonación, la palabra hablada. Este esfuerzo de estudio paciente y metódico le permitió descubrir el espíritu de un pueblo, el suyo. Supo del poco tiempo que le quedaba a una Babia que había resistido siglos por querencia a sus tradiciones, y quiso registrarla con la ternura de un hijo, el tesón de un estudioso y el dolor de un poeta. Gracias a él tendremos la luz y calor que nos da el conocer qué hemos sido.